Poemas de Ciprián Cabrera Jasso (México)









LAS PALABRAS

Emanan las palabras de los labios y matan o salvan.
Las palabras presagian un desastre o una esperanza.
Las palabras se gritan en las plazas y enardecen.
Las palabras se silencian en las camas
Y los dedos que esculcan, descubren nuevos horizontes.

Las palabras, siempre las palabras,
Demasiado griterío,
Demasiadas voces en las radios y en las terminales,
En los televisores y en las calles, en los mercados,
En las masacres donde el silencio se levanta y se revela.

Las palabras, las primigenias de padre y madre,
Las palabras inocentes, los signos de una vida sin pasado ni futuro,
Sin rencores, sin odios, sin juicios y sin malo o bueno.

Las palabras que eran niñas crecen
Y dañan, aniquilan, destrozan, guardan rencores, ejecutan venganzas,
Designan fuego y fusilan, designan Dios y se levantan
Y creen tener la palabra verdadera y se separan.

Palabras que designan política y también dividen,
Elevan al ego más allá de los cielos que no terminan.

Designan manzana y la paladeo, la degusto.
Designan silencio y se detienen en la punta de la lengua
Y descansan en el corazón.
Designan canto y el aire se transparenta.
Designan amor y el alma resucita y se expande,
Designan vida y un relámpago fenece.


HA CAÍDO LA TARDE

La tarde ha caído en el jardín
Y mi mirada recorre en mi interior
Cada uno de los viejos rostros,
De los antiguos amores, muertos amores.

Soy una tumba donde el amor ha resucitado varias veces
Y sucumbe de nuevo. Y retorna, retorna
Cada vez más fuerte, más rojo.

Existe un espacio en mí sin espacio
Donde la luz se eterniza y renace el gozo,
La quietud del gozo, el rostro intangible de Dios
Que no tiene rostro ni cuerpo sólo viento.

En este letargo, en esta languidez donde estoy tirado,
Sólo tirado sin desear moverme y ocioso,
El amor esfuma toda desesperanza, todo desasosiego,
Toda neblina que oscurezca mi camino.

La tarde continúa expandiéndose en el jardín
Y las margaritas. Había olvidado las margaritas blancas
Que parecen mariposas aleteando en la brisa.

En mi ventana la noche.

En mi ventana el reflejo de la luna.

En mi ventana las luciérnagas.

Ah, silencio, silencio…


LA TRÉMULA VELA QUE ALUMBRÓ TU ADIÓS

Sobre la calle, asfaltada y húmeda,
Se esfuman tus pasos abuela.
Y hoy pienso que sólo queda de ti el abandono
De tu jardín de flores y de granadas,
El pasillo desnudo
Sin la foto de tu padre italiano y de tus hijos y sobrinos
De pie junto al genovés
Que enloqueció con los espíritus que invocaba.

Levanto la trémula vela que alumbró tu adiós
Y que fue señal de tu último silencio.

En murmullo te digo, porque sé que me escuchas,
“Ya nada queda como entonces, abuela,
Tu cabellera blanca
Se desmorona en la tierra oscura,
Tus nietos hemos crecido y procreado
Y en tu casa, que ya no es tu casa,
Aún se escuchan tus pasos sigilosos,
Tus dedos de pianista sobre invisibles teclados
Y tu lengua impregnada de olvidos,
De nombres que nos dabas sin ser los nuestros”.

Yo sé que tu embolia murió junto conmigo y ya sanaste,
Que mantienes largas pláticas con los ángeles.

Les preguntarás hijos de quiénes son, dónde viven,
Si tienen apellidos ilustres o comunes,
Si son del cielo o de la tierra,
Si sus padres también vuelan,
Si sus manos transparentes son herencia de sus abuelos
O de otro miembro de la familia.

En el sitio donde ahora te encuentras
Estarás con tus hijos y con mi abuelo
Y los llamas por sus nombres
/Porque recuperaste la memoria,
Porque ya no hay olvidos,
Porque no hay embolias
Ni enfermedades
Y uno no se muere de muerte alguna.

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